Historia
Ser migrante
en medio del conflicto
Amely tiene nueve años y es venezolana. Le gusta mucho el estudio. “Estudiar es un regalo que cayó del cielo”, afirma. Tras perder varios años de estudio mientras migraba con su familia, Amely estaba desesperada, ella no quería retrasarse más en el colegio.
Orgullosa, explica el fruto de sus esfuerzos: “gané el año y me puse feliz. Ocupé el primer lugar entre los estudiantes. Otro niño que tenía seis años ocupó el segundo lugar porque él sabía ya leer”. Me sentí como la campeona. Sentí mucha felicidad y la profe estaba feliz por mí”.
Su abuela, Mayra presume alegre de los esfuerzos de la niña: “ella llegaba a la casa y se dedicaba a hacer todo lo que le mandaban de tareas. Las niñas lloraban cada vez que no estaban estudiando. ‘Quiero estudiar, quiero aprender’, decían”.
Por los combates en el pueblo donde vivían, ahora Amely está con su abuela Mayra y su prima en un albergue temporal y viven en una tienda de acampar blanca con azul, en la que hay una colchoneta de cobija negra con huellas de perro y varios peluches. Mayra, Amely y su prima partieron hace varios años de Venezuela. “Por cosas de la vida me tocó salir de mi país por la situación económica, todo se puso demasiado caro”, recuerda Mayra.
Salieron de Venezuela caminando y recorrieron Perú y Ecuador buscando un mejor porvenir. Luego se instalaron en Colombia y permanecieron en la capital, Bogotá, algunos meses, pero decidieron ir hacia al suroccidente del país, con la promesa de un trabajo para Mayra y un cupo en el colegio para las niñas.
Desafortunadamente, al final de su viaje se encontraron de frente con la guerra. En el pueblo al que llegaron se inició una lucha armada entre varios grupos. Esta vez, la familia fue obligada a desplazarse. Tuvieron que hacer sus maletas y retomar el camino en busca de un lugar seguro.
La familia llegó al albergue temporal de una vereda contigua. En el albergue llegó a acoger hasta 550 personas cuando los combates alcanzaron su punto crítico. A su corta edad, Amely tiene una memoria prodigiosa y recuerda con detalle los enfrentamientos que las desplazaron.
“Se sentía que los tiros caían en el potrero y a mí no me gustaba”, recuerda Amely. “Con mi abuela nos fuimos”.
Ese día, Amely estaba haciendo tareas por el teléfono de un compañero y empezaron a sonar los disparos entre grupos armados que combatían desde las cimas de las majestuosas montañas que adornan el paisaje. “Yo solo pensé en mi abuela porque a ella le dan mucho miedo esos tiros. Cogí mis cosas, mi maleta, mi bolsito, cogí todo y salí corriendo”, recuerda Amely.
"Yo solo
pensé en
mi abuela
porque a ella le dan mucho miedo esos tiros. Cogí mis cosas, mi maleta, mi bolsito, cogí todo y salí corriendo".
Como migrantes y ahora nuevamente desplazadas por el conflicto colombiano es un choque fuerte. Según Mayra, “uno es inocente, uno no sabe, yo desconozco ese tema. Que por qué pelean, quiénes son. Cuando vi eso, agarré a mis niñas y me fui”.
Según Mayra, los estragos del conflicto se sienten constantemente: “los disparos suenan como ráfagas. Tiran artefactos que suenan durísimo. Están preparados con cilindros de gas que usan como bombas. Si la tierra se estremece, imagínese nosotros”.
El hecho de que Mayra provenga de otro país, le da la perspectiva distinta del conflicto armado colombiano: “la gente está acostumbrada a vivir con esas balas. Tienen su casa, su finquita, sus animalitos. Les he dicho que están acostumbrados a vivir con el sonido. El día que no suenen las balas, las van a extrañar, les digo y ellos se ríen”, relata.
A pesar de todo lo que ha vivido, Amely conserva la inocencia propia de su infancia. Le gusta contar historias mediante sus dibujos: “estoy dibujando una familia alegre, con flores, maripositas, nubecitas alegres. Como a mí me gusta mucho dibujar, por eso es que dibujo esto y después dibujo mi casita en Venezuela. Luego voy a hacer la casa donde viví en Bogotá”.
"Estoy
dibujando
una familia alegre, con flores, maripositas, nubecitas alegres. Como a mí me gusta mucho dibujar, por eso es que dibujo esto y después dibujo mi casita en Venezuela".
En medio del conflicto, los niños y las niñas no tienen acceso constante a internet. Como consecuencia del desplazamiento y los problemas de accesibilidad, no pudieron enviar las tareas desde el albergue. Cuando el conflicto empeora, la educación se detiene.
A pesar del empeño por el estudio de Amely, ni siquiera el entorno educativo fue un espacio ajeno al conflicto. En la escuela rural, decretaron clases virtuales por los enfrentamientos entre grupos armados. Durante la primera jornada virtual, los profesores se dieron cuenta de que había combates armados en la zona y suspendieron clases.
Para Mayra y Amely el camino en busca de un lugar estable para hacer su vida parece que aún no termina. “Puede que vayamos a Bogotá a estudiar y a estar con mi hermano, que está allá también”, dice Amely.
Sin embargo, la familia desea asentarse antes de contemplar la posibilidad de tener que partir de nuevo. “Si logro conseguir una casita acá y que a las niñas les consigan cupo en el colegio yo creo que me quedo acá”, confiesa Mayra.
Gracias a la generosidad de la Unión Europea, Amely y las personas de su comunidad ahora acceden a baños y duchas mejoradas, comida saludable y elementos para mejorar su estadía en el albergue, como cobijas y elementos de aseo.
Los niños y niñas tienen útiles escolares para seguir aprendiendo, participan en actividades para aprender comportamientos que eviten accidentes con minas antipersonal y los adultos aprenden sus derechos como víctimas del conflicto.
Usted puede seguir ayudando a personas como Amely y su familia afectados por el conflicto armado en Colombia: comparta y haga visible esta historia.
Un año
después…
Amely, ya cumplió 10 años.
Ha pasado un año desde que tuvieron que huir por el conflicto armado colombiano. Decidieron no regresar a la vereda y permanecer en la zona urbana.
Estuvieron tres meses en el albergue porque no tenían otro lugar a dónde ir. Un día, un familiar también migrante las acogió mientras lograron alquilar una habitación.
Siguen juntas
“no tenemos lujos, pero estamos bien”,
confiesa Mayra.
Mayra encontró trabajo cuidando y limpiando una casa. Su prioridad fue lograr que Amely volviera a estudiar, tuviera uniforme y útiles escolares. “No es fácil, uno solo para todo”, relata Mayra.
Reconstruyendo su vida por
tercera vez
“El primer día en la escuela mis compañeros me trataron muy bien y la profesora me dio la bienvenida. Ahora soy la tercera mejor en el salón” dice Amely, orgullosa de volver a estudiar “matemáticas es mi materia favorita y también artes”.
“Me acuerdo que con 5 años llegamos a píe a la frontera con Colombia. Yo estaba enferma y ya no quería caminar más. Pero, después de haber pasado todo eso y el desplazamiento, aquí me siento bien” cuenta Amely que junto con su abuela aún no planean volver a Venezuela “me gusta la escuela de aquí” dice Amely.
Sin embargo, al ser de otro país no son reconocidas como víctimas del conflicto colombiano “Los desplazados por el conflicto armado reciben ayuda económica del Estado. Una vez pregunté y me dijeron “la ayuda para las víctimas es solo para colombianos” explica Mayra que menciona que esto no le impide sentir un gran agradecimiento con el país que la acoge y le permite ver crecer a su nieta.
Amely sueña con ser bailarina o actriz “en el carnaval estuve en la comparsa de danza, me disfracé y me gustó el baile” cuenta que además aún conserva el mismo oso de peluche blanco que ha viajado con ella desde que llegó a Colombia hace cinco años, estuvo con ella en durante el desplazamiento y ahora está en su nuevo hogar.
Todos los días se despiertan temprano, Amely se va para el colegio y Mayra para su trabajo “Mi mayor sueño es que las dos juntas salgamos adelante” dice Mayra.
La asistencia humanitaria del Consorcio MIRE brinda alivio a familias como las de Mayra y Amely en los momentos más agudos de las emergencias para que puedan recuperarse e iniciar una nueva vida.